Descubrir nuevos proyectos que hacen el día a día de un vegano más fácil, mola. Ojalá pudiera viajar desde 2024 al pasado y decirle a la Elisa de 2007, que se mordía las uñas pensando en queso y anhelaba comerse un trozo de tarta de chocolate: “He visto cosas que no creerías…”.
También fantaseaba con mi boda vegana: he mirado vestidos, he seleccionado las canciones que sonarían, he buscado regalos solidarios con santuarios de animales para los invitados…, pero siempre me bloqueaba pensando: ¿quién puede cocinar vegano para tantas personas? Las fincas tienen sus propios caterings, ¿dónde busco? ¿Y la decoración, el servicio…?
Mientras tanto, iba a bodas y analizaba el panorama. En la boda de una amiga de la infancia, Laura, me relajé. Se celebraba en un hotelazo y su hermano trabajaba allí, sin embargo en la cocina se confundieron y pensaron que mi pareja y yo éramos celíacos. Al final comimos unas verduras que estaban ricas, y de postre, algo de fruta. Unos años más tarde, en otra boda, en plena Castellana, el servicio y lo visual fue estupendo: platos bonitos y bien elaborados, pero la alegría gastronómica (la proteína) seguía brillando por su ausencia y al final, vaya, vaya, aquí no hay playa ni tampoco tarta vegana.
Y pasó algo que cambio todo
Así que, cuando pensaba en una boda vegana, mi voz interior decía: “Buah, ¡qué complicado!”. Sin embargo, a finales de septiembre pasó algo que lo cambió todo. Me llegó un mail que despertó mi curiosidad. Me activó. No tenía ni idea de quién me escribía: Aymat Vegan. Así que investigué su página web, su Instagram, las noticias que hablaban de ellos y me gustó lo que leí, pero, ¿sabes lo que me gustó más?, lo que vi.
Despertó mi interés y eso, a estas alturas de veganismo, no es fácil. Me invitaron a conocer sus instalaciones, su trabajo, su comida… y dije que sí. ¿Por qué? Por instinto. Allí me planté y según iba probando platos y platos y más platos con un poco de todo -tradicionales e internacionales-, más ganas tenía de casarme -de celebrar una fiesta bonita con seres queridos y estar tranquila, en mayúsculas.
Esa sensación de descarga mental, de pensar: “Aquí me lo organizan todo: comida 100 % vegetal, una bonita finca en plena naturaleza, una cubertería y una vajilla preciosas, las flores, la decoración de las mesas con un toque bohemio y natural, un servicio profesional y encontrarme con corners de mi comida preferida: asiática y mexicana y un montón de pinchos variados”.
Tenerlo todo sin renunciar a nada
Y voy más allá. Como vegana de largo recorrido, tengo grabado a fuego: “Esto es así”, “no se puede cambiar”, “es lo que hay”… Así que cuando conocí a Mariano, cocinero jefe de Aymat Vegan, me maravilló. Resolutivo, creativo y divertido, de esas personas chispeantes que no ven el problema, sino la solución. Experimenta, prueba nuevas recetas y, redoble de tambor, escucha y ayuda a las parejas veganas a cumplir sus sueños culinarios.
Es tremendamente poderosa la sensación de poder tenerlo todo sin renunciar a tus principios. Según lo imagino, sonrío: veganos pletóricos, invitados no veganos contentos y satisfechos, la ecuación perfecta para un día feliz. Así que sí, ahora tengo claro que sí se puede celebrar una gran boda vegana.